Sáhara blues
El calor era insoportable aquella noche. Todos dormían, y yo salí a dar un paseo por el exterior del campamento. Las jaimas semejaban camellos, con sus lomos jorobados recortados sobre aquel cielo perforado por millones de estrellas. Mis pies se hundían en la arena fina, que aún conservaba parte del calor acumulado en la jornada, mientras ascendía una duna de imponentes dimensiones. Al llegar a la parte más elevada, comencé a escuchar un sonido suave y triste. Una nube solitaria velaba la luna, y no podía distinguir en la distancia de dónde procedía, pero me dejé llevar, siguiendo la melodía, haciendo equilibrios en la cresta de arena como surfista del desierto.
Reconocí la textura metálica de la armónica justo antes de descubrir una sombra, una figura de espaldas, envuelta en una túnica del mismo azul que refleja la arena iluminada por la noche. El turbante, blanco inmaculado, descansaba a su derecha, junto a una cimitarra dormida en su funda.
La melancolía manaba a borbotones de los pulmones del tuareg, e iba inundando el desierto pausada pero imparable. Tenía la fuerza que sólo se obtiene de las vidas vividas. Me detuve a una distancia prudente para no entrar en la escena, y perdí la noción del tiempo mientras me dejaba contaminar de añoranzas ajenas.
Se hizo el silencio. La serenata terminó, pillándome desprevenido. El tuareg se cubrió la cabeza con el turbante; y sin mirar atrás se alejó caminando, dejándome a solas con mis ganas de más.
Regresé sobre mis pasos al campamento, más solo de lo que me encontraba antes de mi escapada. Y sólo pude echarme en mi estera a pensar en ti.
Reconocí la textura metálica de la armónica justo antes de descubrir una sombra, una figura de espaldas, envuelta en una túnica del mismo azul que refleja la arena iluminada por la noche. El turbante, blanco inmaculado, descansaba a su derecha, junto a una cimitarra dormida en su funda.
La melancolía manaba a borbotones de los pulmones del tuareg, e iba inundando el desierto pausada pero imparable. Tenía la fuerza que sólo se obtiene de las vidas vividas. Me detuve a una distancia prudente para no entrar en la escena, y perdí la noción del tiempo mientras me dejaba contaminar de añoranzas ajenas.
Se hizo el silencio. La serenata terminó, pillándome desprevenido. El tuareg se cubrió la cabeza con el turbante; y sin mirar atrás se alejó caminando, dejándome a solas con mis ganas de más.
Regresé sobre mis pasos al campamento, más solo de lo que me encontraba antes de mi escapada. Y sólo pude echarme en mi estera a pensar en ti.
5 comentarios
lehahiah -
kwa -
Chatel -
Porque me conozco...
Brocco -
Sergi -
Por eso te he pintado de azul en mis enlaces.
¿Qué pretendes? (tono bromista-cariñoso) Delfines, el desierto y su pureza... Estás desvelando mi colección de pasiones ;-)
Sólo he estado en Merzouga y M'hamid (Marruecos), pero yo tengo una travesía pendiente con el Sahara, o en Rajastán, o...
Para recordarlo, llevo siempre la pulsera de plata tuareg que me traje de aquel viaje. Quiero volver.
Inshallá...
Un abrazo.