Hoy no es un día cualquiera (V)
Y por si fuera poco, estrenan la última temporada de LOST
Y por si fuera poco, estrenan la última temporada de LOST
Además hoy han salido las nominaciones a los premios Oscar, lo que me lleva a empezar a preparar la convocatoria anual de mi concurso, a ver si alguien este año me gana... Y quiero ver todos los cortos nominados, ¡tengo hambre de cortos!
Casualmente hoy es el cumpleaños del hermano del Voluntario de Peace Corps americano que vive en mi pueblo... Y resulta que me ha comentado que su hermano cumple años en el Grounghod Day. Una tradición que ya no es sólo del estado de Pensylvania, sino también de este blog...
¡Feliz día de la Marmota! ¿Alguien sabe que ha predicho?
Segundo día del segundo mes de dos mil diez.
Hoy es un día especial.
Estaba ahora mismo pensando y una duda ha entrado en mi cabeza. No se trata de una duda normal, es más bien una de esas que se mete en tu sesera y se queda ahí, latente, y cada poco rato te recuerda su existencia plantando un interrogante enorme sobre tu cabeza. Y no te deja trabajar en paz, ni ver una película, ni leer, ni disfrutar una canción. Se divierte incordiando... y sólo puedes librarte de ella disipándola con la respuesta, pues rara vez se cansa y desparece por sí misma.
En este caso además es una pregunta que poca gente me puede ayudar a resolver, con lo que parece que voy a tener un rato divertido.
¿Los rinocerontes tienen vesícula biliar? Su sistema digestivo es muy semejante al de los caballos, y estos carecen de ese pequeño órgano, pero... ¿Y los rinocerontes?
En mi centro de rehabilitación me cruzo todas las mañanas con una anciana un poco gruñona que llega más o menos a la misma hora que me marcho yo. Desde el primer día, su cara me resultó familiar y no lograba recordar de dónde la conocía. ¿Cómo no lo descubrí antes? Ayer caí en la cuenta de que no es otra que la bruja Yubaba, que ha tenido que abandonar temporalmente su balneario debido a unos problemas lumbares, que no hacen más que agriar aún más su carácter.
Tengo un reloj de esos que no necesitan pilas, sino que tieenn un mecanismo que los hace funcionar con la energía del movimiento del portador. Me lo regaló mi madre y, aunque al principio no quería ponérmelo por miedo a rayarlo, romperlo o perderlo, ya es parte de mí.
El problema es que normalmente se me adelanta unos 15 segundos cada día. Yo pensaba que estaba estropeado, y lo llevaba al relojero. Éste me decía que el reloj estaba perfectamente afinado, que funcionaba a la perfección. Y yo no era capaz de convencerlo de lo contrario.
Desde que convivo con mi inseparable esguince, el reloj funciona con total precisión. Así que he llegado a la conclusión de que el mecanismo de mantener en marcha los engranajes no está preparado para mi ritmo de vida normal, y que tendré que encontrar a un artesano suizo que sepa calibrarlo.
Pedro dormía tranquilo en la vieja cama; todo en la casa de su abuela era antiguo, y grande también: las camas, los armarios, las vigas, los platos, los espejos... De pronto un ruido lo sobresaltó, y dudó si abrir los ojos titubeando entre la curiosidad y el miedo. El ruido se repitió, era un leve arañar en la ventana. Se deshizo de las pesadas mantas y se acercó, en pijama, a ver lo que se ocultaba detrás de las cortinas.
Con cuidado levantó una de las esquinas de la tela gris y polvorienta, ¡y volvió a cerrarla rápidamente! El corazón le rebotaba en el pecho como una pelota de goma. Juraría que su mirada se había cruzado con un enorme ojo de color marron rojizo. Cuando recobró un poco de calma, se convenció a si mismo para abrir la cortina, esta vez de golpe, para descubrir si el ojo seguía allí, y a quién pertenecía. El mecanismo hacía bastante ruido, pero su abuela estaba sorda como una tapia y no le preocupaba en absoluto la posibilidad de despertarla. Así que ¡¡Raaaaaaaaaass!!
De pronto se encontró frente a un caballo imponente, castaño, con las crines del color de la noche. Y más impresionante aún era el hecho de que de su lomo brotaban dos enormes alas negras, que no distinguió hasta pasados unos segundos porque se habían mantenido pegadas al cuerpo.
El pegaso le hizo un gesto, invitándole a abrir la ventana. Pedro no se lo pensó dos veces y se encaramó a una silla para abrir el enorme cristal de la ventana. La noche era fresca, de primavera. Desde el alféizar, acercó la mano al caballo, que se dejó acariciar. De alguna extraña manera, sin mediar palabra, el caballo alado le invitó a montar. Pedro sólo había montado una vez en sus nueve años de vida, pero el mágico animal le inspiraba confianza y no reparó en ese pequeño detalle.
Al día siguiente, cuando despertó casi al mediodía, recordó haber visto el mar... No era posible, estaba a decenas de kilómetros de distancia. Recordó un sueño extraño, un vuelo en mitad de la noche. Recordó algo, y buscó en el bolsillo de su pijama. Y allí la encontró, una pluma negra enorme.
Me viene a la mente una escapada al pueblecito de San Vincenzo, en la ladera del volcán Strómboli. Tiene que ser un lugar bien tranquilo, perfecto para descansar unos días: solo. O mejor aún, bien acompañado. Una habitación pequeña y sencilla en una casita blanca, por la ventana se ve y se escucha la vida de una calle estrecha, en cuesta. Al tercer día, ya nos saludará la señora de la panadería. Los lugareños hablarán italiano con un acento algo diferente del siciliano, más marcado. Pero no tardaremos en acostumbrar el oído. Nunca dejará de sorprendernos el ruido inesperado de la actividad volcánica. El señor que nos alquila la casa tiene una pizzería muy cerca, y un día nos invitará a cenar porque nos habremos hecho buenos amigos. Se reirá de nuestros intentos de "parlare italiano", y nos contará historias de cuando se enroló en un carguero durante tres años.
Y nunca nos querríamos ir de allí. Al final, volveríamos todos los años, en diferentes estaciones, para ver todos los colores del mar y del fuego.
Cuando el viajero llegó frente a su casa, se la encontró abierta de par en par.
Inquieto, se fue adentrando una a una en todas las habitaciones y las encontró vacías de cosas, desporvistas de todo cuánto guardaban justo antes de partir. En su ausencia, todo lo construido en los útimos cinco meses se había esfumado. Aquel cascarón hueco que fue su hogar se le antojaba ahora frío, sin resto del calor que ella le daba antes de desaparecer dejando la puerta abierta.
Se sentó, y decidió que habría construirlo todo de nuevo, sin tiempo que perder.
Para empezar daría una fiesta.