El cazador
La selva había fabricado una densa niebla durante la noche para proteger a sus habitantes. Pero el cazador se despertó antes del alba y no se inmutó ante el cambio de escenario. Es más, se alegró de que las dificultades enriquecieran su trabajo, monótono después de meses en la jungla. Preparó sus armas y recogió el pequeño campamento en silencio, siempre en silencio.
Se movía como una sombra, y buscaba con todos los sentidos una presa. Se encontraba tan habituado a ese medio que no había salido el sol cuando ya había caído en sus manos cuatro o cinco presas. Pero aún le quedaban unos cuantos disparos, y no quería desperdiciarlos. Se apostó al borde de un claro y escuchó. Durante minutos, sólo la respiración de la selva, que se desperazaba con el sol. La neblina se hizo menos densa, la humedad más patente. Y la espera, como siempre, dio sus frutos. Allí apareció primero ella, una gorila imponente. No venía sola, le seguían dos crías que jugueteaban cerca de ella. Tras el telón de niebla se escuchaban más individuos, seguramente era el clan del que le habían habldo en el último poblado. Calculaba que le quedaban cuatro disparos, suficientes si esperaba al momento preciso. Pero no podía arriesgarse a ser descubierto, así que tendría que confiar en la suerte. Los dos pequeños se subieron al lomo de la madre. El cazador acercó el ojo al visor. Estaban en el centro del encuadre. Ahora o nunca.
¡Click!¡Click!¡Click!¡Click!...¡Click!
Con el mismo sigilo con el que había llegado al claro, se alejó el cazador con una gran sonrisa. Una vez que se encontró a una distancia prudente, accionó el rebobinado de su cámara y guardó el carrete en la mochila. Y encaminó sus pasos hacia el poblado.
Se movía como una sombra, y buscaba con todos los sentidos una presa. Se encontraba tan habituado a ese medio que no había salido el sol cuando ya había caído en sus manos cuatro o cinco presas. Pero aún le quedaban unos cuantos disparos, y no quería desperdiciarlos. Se apostó al borde de un claro y escuchó. Durante minutos, sólo la respiración de la selva, que se desperazaba con el sol. La neblina se hizo menos densa, la humedad más patente. Y la espera, como siempre, dio sus frutos. Allí apareció primero ella, una gorila imponente. No venía sola, le seguían dos crías que jugueteaban cerca de ella. Tras el telón de niebla se escuchaban más individuos, seguramente era el clan del que le habían habldo en el último poblado. Calculaba que le quedaban cuatro disparos, suficientes si esperaba al momento preciso. Pero no podía arriesgarse a ser descubierto, así que tendría que confiar en la suerte. Los dos pequeños se subieron al lomo de la madre. El cazador acercó el ojo al visor. Estaban en el centro del encuadre. Ahora o nunca.
¡Click!¡Click!¡Click!¡Click!...¡Click!
Con el mismo sigilo con el que había llegado al claro, se alejó el cazador con una gran sonrisa. Una vez que se encontró a una distancia prudente, accionó el rebobinado de su cámara y guardó el carrete en la mochila. Y encaminó sus pasos hacia el poblado.
2 comentarios
Sergi -
oroD -