El Beso
Mi vida cambió el día que la conocí. Yo paseaba junto a la ría, un solitario transeúnte de regreso a casa. Apareció ella ante mí como salida de la nada, con aquella belleza atemporal. Tan pálida, que parecía a punto de desvanecerse en la niebla de aquella noche de verano. Sus labios rojos y vivos contrastaban con color ceniza de sus ojos. Vestía un traje de corte antiguo, en un azul muy tenue, que envolvía aquella piel delicada, como de marfil, sin cubrirla demasiado.
La noche era más fría de lo normal; es bien sabido que nunca es del todo verano en Galicia. Le ofrecí mi cazadora antes siquiera de presentarme. Ella aceptó, y al rozar sus hombros comprobé que la suavidad de su piel no era una ilusión. Se llamaba Silvana.
Seguimos caminando hacia el mar, mientras la conversación giraba en vueltas sin control. Ella me iba enredando con su voz, que recuerdo tan suave como el rumor de los arroyos en primavera. Y yo ya hacía un rato que no era capaz de oponer resistencia a nada. Estaba resuelto a no dejarla escapar, pero ella fue aún más impetuosa. Al pasar bajo una rama, se me arrimó y rozó mi oreja con su nariz, desatando un estremecimiento en mi interior. La abracé, y ella seguía allí, sin desaparecer como temía que sucediera, como tantas veces en mis pesadillas. Esta vez era real, y sus labios iban descendiendo por mi cara, y recuerdo que me besó en el cuello como nunca nadie me había besado jamás.
Desde aquella noche no he vuelto a ser el mismo. Ahora siento esta sed dentro de mí
La noche era más fría de lo normal; es bien sabido que nunca es del todo verano en Galicia. Le ofrecí mi cazadora antes siquiera de presentarme. Ella aceptó, y al rozar sus hombros comprobé que la suavidad de su piel no era una ilusión. Se llamaba Silvana.
Seguimos caminando hacia el mar, mientras la conversación giraba en vueltas sin control. Ella me iba enredando con su voz, que recuerdo tan suave como el rumor de los arroyos en primavera. Y yo ya hacía un rato que no era capaz de oponer resistencia a nada. Estaba resuelto a no dejarla escapar, pero ella fue aún más impetuosa. Al pasar bajo una rama, se me arrimó y rozó mi oreja con su nariz, desatando un estremecimiento en mi interior. La abracé, y ella seguía allí, sin desaparecer como temía que sucediera, como tantas veces en mis pesadillas. Esta vez era real, y sus labios iban descendiendo por mi cara, y recuerdo que me besó en el cuello como nunca nadie me había besado jamás.
Desde aquella noche no he vuelto a ser el mismo. Ahora siento esta sed dentro de mí
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Golfo -
Bo Peep -
casiopea -
casiopea