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Viaje a los sueños (polares)

Sin pies ni cabeza

El viaje

El viaje Necesito un viaje para sacar de mi cabeza las preocupaciones del trabajo, la familia. Ya ni siquiera los amigos me ayudan a evadirme como antes. Ahora dicen que me notan raro. Pero no es verdad.
Siempre me ha funcionado lo de viajar: se abre un paréntesis en tu vida, se reactivan los sentidos que, aletargados, se iban oxidando poco a poco.
Dicen que esto de los viajes es adictivo, pero yo controlo. Ya lo tengo todo listo, y me muero de ganas de despegar. Ya es hora de probar este nuevo LSDque me han pasado; me han dicho que pega mogollón.
¡¡¡Volvere pronto!!!

Volem te

Volem te Aquella noche, en la playa, se juntaron sus labios con los de ella, en el momento exacto en que empezaban los fuegos artificiales a dibujar sus caprichosas formas en el firmamento. Durante todo el tiempo que se besaron sin tregua, silbaban a su alrededor serpentinas de formas cambiantes, saltaban los cohetes sobre sus cabezas y la oscuridad estallaba hecha añicos entre rojos vivos, verdes refulgentes y azules centelleantes. Cuando regresaban a casa cogidos de la mano no cayeron en la cuenta de que, según el programa oficial de las fiestas, para aquella noche no estaba programado ningún espectáculo pirotécnico.

Noche en la feria

Noche en la feria Lina estaba disfrutando de aquella tarde en la que el otoño se había tomado un descanso. Sus padres le habían llevado a la feria, e incluso le habían dejado montar por vez primera en un auto de choque a ella sola. Y le habían prometido que para el año siguiente le dejarían montar en la noria gigante con ellos. Había subido 4 veces al tiovivo, a lomos del corcel blanco más brioso. Bajo el brazo llevaba un gorila negro con pantalones rojos que su padre le había conseguido con el estilo del mejor Sheriff. El suyo era el padre con mejor puntería del pueblo.
Ya caía la noche, aunque la tarde se resistía a refrescar. Lina corrió entre el gentío para ver de cerca a un señor que escupía fuego por la boca. Era un espectáculo que mantenía su boca abierta pero le obligaba a contener la respiración. Cuando el tragafuegos se retiró por fin a su caravana de rojos y amarillos, Lina se dio la vuelta para descubrir que sus padres no se encontraban detrás de ella. Correteó entre las piernas de muchas personas, pero no encontraba a sus padres. Las luces de la feria brillaban con luz diferente, una vez que la noche se hubo cerrado. No quedaba ni rastro de su familia. Lina, asustada, creyó ver una sonrisa malévola en el muchacho que recogía las fichas del tiovivo. La cara del gorila de peluche ya no sonreía, sino que asomaban unos dientes afilados como el filo de una navaja. Un payaso le preguntó que si buscaba algo, provocando el ella un pánico inmenso.. Los ojos del clown brillaban en tonos rojizos, y su mueca sardónica no estaba pintada sino que parecía real. Lina se zafó y salió huyendo hacia el linde de la feria con el bosque. Se refugió tras unos arbustos después de correr un buen rato entre los arboles.
Allí fue donde la encontraron, dormida, los perros de la brigada de búsqueda al día siguiente.

¿Sí o no?

¿Sí o no? Cuando despertó, ella ya se había marchado. O tal vez no. ¿Acaso estuvo ella allí alguna vez? Empezó a dudar si todo lo sucedido la noche anterior no habría sido más que un sueño. Pero el sutil olor a pólvora que aún se conservaba entre las sábanas revueltas no dejaba lugar a dudas.
Nunca desconfíes del poder de los sueños.

Francés para principiantes

Francés para principiantes Ya no sabía que hacer para conquistarla, así que se apuntó a una academia de francés. Si aquella era la lengua del amor, a lo mejor aprendiéndola podría transmitirle mejor lo que sentía por ella.
Primero vinieron los "je m'apelle"s, más tarde los clásicos "oui, c'est moi"s, e incluso de vez en cuando algún que otro "je ne sais pas"; sin darse cuenta se encontró con un "je t'aime" tímidamente dedicado a su compañera de pupitre.
Y el motivo original de aquel repentino interés por la lengua de Moliére quedó sepultado bajo toneladas de besos al salir de la academia.

Lost and found (la chica que escuchaba country)

Lost and found (la chica que escuchaba <em>country</em>) No pude dejar de mirar a aquella chica tan enigmática durante los diez minutos que nuestras vidas coincidieron en el metro. Ella apenas reparó en mí, iba distraída cantando con los cascos puestos. Se bajó en Sants, y yo no tuve el valor de seguirla. La perdí de vista en el andén, arrastrada por la marea humana; y mientras lamentaba mi cobardía, volví a mirar su asiento vacío. Allí descubrí una bolsa de tela que ella había olvidado. Me acerqué y la recogí, y movido por la más inocente de la curiosidades, busqué en su conteenido la información que los ojos de su dueña no supieron confiarme. Para mi decepción sólo encontré la caja vacía de un CD. En la portada, un tipo muy extraño con un sombrero de vaquero y un banjo.
Corrí a comprarme el disco a la salida del trabajo. Ahora lo escucho a todas horas. No sé si la casualidad nos reunirá otra vez, pero por si se da la ocasión, ya me conozco de memoria sus canciones favoritas.

La llamada

La llamada Lo encontraron muerto al lado del teléfono, con un pie descalzo y el otro enfundado en un viejo calcetin que había vivido épocas mejores. El último número marcado era el mismo de la casa en la que había vivido los últimos siete años solo. En el contestador sólo se escuchaba una voz infantil, como de una niña de cuatro años, que llanaba a su abuelo desde un lugar que sonaba remotamente lejano.

Y lo más extraño es que nadie pudo encontrar nunca el otro calcetín...

La puerta

La puerta Por noveno día consecutivo, se acercó a la puerta. Subió con cautela los escalones que ascendían hasta el umbral. Pero al poner el pie en el penúltimo peldaño, se detuvo, paralizado por una fuerza poderosa. Había alcanzado casi a tocar la pared de piedra; sin embargo, a pesar de estar ya tan cerca, retrocedió temeroso al fondo de su celda, y se tumbó derrotado.
Ya caía la noche y supo que pasaría al menos un día más en aquella reducida prisión. A veces, en la vida real, como el las mazmorras sin puertas, el miedo es el único carcelero. Y quizá el peor que existe.

La Prueba

La Prueba Julio caminaba sin descanso por aquel laberinto monótono, sin ninguna marca reconocible que indicara una ruta. El sudor empapaba su cabello blanco. No había ni huellas ni señales, ni sombras; sólo una luz tenue y uniforme y una pared azul. Podría estar vagando en círculo y no ser consciente de ello. Cuando se enfrentaba a una bifurcación, sin dudar apenas se decidía por uno de los dos túneles y seguía corriendo. Huía de algo que no podía ver, pero que podía percibir vigilándole; cómo si le siguiera con la mirada desde detrás del último recodo. Sólo se detuvo una ocasión, ante una tríada que amenazadora como un tridente, se abría ante él. Sin tiempo que perder, tomó el camino de la izquierda, guiado por el instinto. Inesperadamente llegó a una sala que nunca había pisado. Al fondo había una mesa con comida, iluminada tenuemente con velas. Se sintió de repente hambriento. Al acercarse a la luz vacilante, un destello dejó en su cerebro la sensación de un déjà vu. Esto ya lo había vivido antes, pensó, mientras se llevaba a la boca un trozo de pan con queso.
Entonces, un crujido hizo temblar la estancia y se abrió el techo de la sala. Una mano descomunal lo agarró por el pescuezo y lo devolvió a su jaula de barrotes blancos y suelo de plástico.

Heridas

Heridas Cuando se despertó, nada más bajar de la cama, pisó uno de sus juguetes, un soldado con bayoneta en posición de firme, y vio las estrellas. Debería ser más ordenado, pero era superior a sus fuerzas.
Durante todo el día, las piedras más afiladas corrían a situarse en su camino, y sus pies descalzos apenas podían evitarlas. Además, todo tipo de planta le regalaba las espinas más exuberantes y las ofrecía ante él, creando una alfombra que quedaba teñida de rojo a su espalda. Pero no podía hacer nada por evitarlo.
Ya por la noche, de vuelta a casa, descorchó una botella de champán y tuvo la mala fortuna de dejar caer la copa, que se hizo añicos dejándole completamente rodeado de afilados destellos. Con resignación, comenzó a caminar hacia su habitación, sintiendo como cada uno de ellos se iba clavando en su planta.

Chubascos dispersos en el litoral

Chubascos dispersos en el litoral La tarde amenazaba tormenta. Aguardaba ansioso en la ventana a que cayeran las primeras gotas. La cara apoyada contra el frío cristal, los ojos implorando un chaparrón que se hacía esperar. Hacía ya sis semanas y dos días que no llovía, y ya no podía aguantar más. Por fin, una gota impactó contra el alféizar, y pronto toda la ventana quedó surcada por los recorridos descendentes de las demás.
Se dirigió hacia la puerta y se calzó las botas. Cogió una cazadora y se la puso sin abrochar, y se lanzó a disfrutar de la tormenta. Las gotas eran gruesas y pesadas, y al impactar contra el suelo se veía perfectamente cómo el agua salía despedida en todas las direcciones, dibujando una corona fugaz.
Aún no había charcos, la tierra estaba sedienta. Pero ya tenía los rizos pegados contra la frente. Caminaba sin rumbo por la ciudad, esperando encontrarla, como cada tarde de lluvia, por azar; hasta ahora sólo se habían visto en cuatro ocasiones, y siempre iban ambos paseando solos, empapados pero aprovechando cada sensación. Se cruzaban en la esquina del teatro, o frente a una heladería; se miraban. Y ya continuaban su camino juntos, hablando de sí mismos como si se conocieran de siempre. Entonces, inevitablemente, al cabo de las más breves de entre las horas, dejaba de llover; y ella aprovechaba cualquier descuido para desvanecerse, dejándole a solas con el olor de la tierra mojada, a la espera de un nuevo aguacero.

El Beso

El Beso Mi vida cambió el día que la conocí. Yo paseaba junto a la ría, un solitario transeúnte de regreso a casa. Apareció ella ante mí como salida de la nada, con aquella belleza atemporal. Tan pálida, que parecía a punto de desvanecerse en la niebla de aquella noche de verano. Sus labios rojos y vivos contrastaban con color ceniza de sus ojos. Vestía un traje de corte antiguo, en un azul muy tenue, que envolvía aquella piel delicada, como de marfil, sin cubrirla demasiado.
La noche era más fría de lo normal; es bien sabido que nunca es del todo verano en Galicia. Le ofrecí mi cazadora antes siquiera de presentarme. Ella aceptó, y al rozar sus hombros comprobé que la suavidad de su piel no era una ilusión. Se llamaba Silvana.
Seguimos caminando hacia el mar, mientras la conversación giraba en vueltas sin control. Ella me iba enredando con su voz, que recuerdo tan suave como el rumor de los arroyos en primavera. Y yo ya hacía un rato que no era capaz de oponer resistencia a nada. Estaba resuelto a no dejarla escapar, pero ella fue aún más impetuosa. Al pasar bajo una rama, se me arrimó y rozó mi oreja con su nariz, desatando un estremecimiento en mi interior. La abracé, y ella seguía allí, sin desaparecer como temía que sucediera, como tantas veces en mis pesadillas. Esta vez era real, y sus labios iban descendiendo por mi cara, y recuerdo que me besó en el cuello como nunca nadie me había besado jamás.
Desde aquella noche no he vuelto a ser el mismo. Ahora siento esta sed dentro de mí…

El actor fracasado

Como actor, resultaba infinítamente más creíble cuando besaba a alguien a quien no amara, que cuando debía reprimir los deseos de besar a la mujer de su vida